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lunes, 31 de marzo de 2014

La visita de Rados y Rita Wagner

Rados tocando en el auditorio del COSCYL.
La semana pasada tuvimos el honor de recibir en el Conservatorio Superior de Música de Castilla y León (COSCYL-Salamanca) a los célebres profesores Ferenc Rados y Rita Wagner. El primero había sido mi maestro no sólo durante mis años de estudios en Budapest, sino también en los cuatro posteriores, en los que recibía sus clases en sesiones intensivas de cuatro o cinco días cada dos meses.

El sábado 22 de marzo, Rados nos ofreció un inolvidable concierto. Para mí fue un momento muy especial, ya que nunca había tenido la suerte de haberlo podido oír en vivo. En mi época de estudiante en Hungría, él llevaba ya varios años retirado de los escenarios, al parecer por motivos de salud (tiene mucha artrosis). Hacia 2006 retornó a las salas, cuando ya era un pedagogo muy valorado en el mundo entero. Desde entonces, ha ido apareciendo con cuentagotas en diversas ocasiones, sobre todo en Prussia Cove (Cornualles) o en Hungría. Varias veces he tenido la oportunidad de escucharlo en directo por streaming, pero la perspectiva de presenciar un evento así y en nuestro propio conservatorio me parecía muchísimo más interesante.

El programa que nos brindó Rados era monumental: Sonata en Si M de Schubert, Sonata op. 101 de Beethoven, Espinas de Kurtág y Kreisleriana de Schumann. La sala estaba prácticamente llena. Entre el público había gente venida de todas partes de España y hasta del extranjero (Grecia y Finlandia). Muchos de estos espectadores habían hecho esta peculiar peregrinación porque habían sido alumnos bien del Rados, bien de su esposa Rita Wagner. En el auditorio del COSCYL se estaba produciendo, por tanto, el reencuentro de muchos antiguos compañeros de estudios que no se veían desde hacía muchos años, y coincidían de este modo varias generaciones de españoles que se aventuraron a adentrarse en la ciudad del Danubio en busca de conocimientos musicales y experiencias de vida.

Rados no es un pianista de los que estamos acostumbrados a escuchar hoy en día. De hecho, su manera de tocar es tan sorprendente que no se parece absolutamente a nada de lo que puebla los escenarios en esta época. Describirla es algo que no pretendo aquí, porque tiene mucho de inefable. Tal vez sea suficiente con decir que percibía una claridad interpretativa que iluminaba hasta los más recónditos rincones de las piezas, al tiempo que me veía introducida en una atmósfera de otro mundo, en la que no me hubiera sorprendido lo más mínimo que hubieran aparecido espectros, trasgos, ectoplasmas y hasta el mismísimo gato Murr del libro de Hoffmann, que inspira la Kreisleriana.

La ovación del público al final del concierto fue larga... y al estilo húngaro, que consiste en interrumpir el aplauso normal con uno que comienza muy lento, ejecutado al unísono por todos los espectadores, para sufrir un accelerando hasta estallar en el ritmo habitual para semejantes palmadas, tras lo cual se vuelve a iniciar el proceso las veces que los oyentes estimen necesario para mostrar su aprobación de la labor del intérprete.

Al acabar el concierto, Rados y Rita se deslizaron por el muelle de la parte trasera del escenario, saliendo del edificio entre sombras, mientras los asistentes comentábamos la que había sido una de las experiencias musicales más intensas de nuestras vidas.



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