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lunes, 19 de mayo de 2014

Entrenando por la Sierra de las Quilamas

Ayer salí a entrenar por la vega del Tormes. No estaba muy convencida, la verdad, de la ruta que quería seguir. Tan sólo sabía que debía hacer unos 70 kilómetros y que tenía que dirigirme hacia el oeste, ya que el viento provenía de allí. Cuando llevaba unos 16 kilómetros recorridos, sonó mi móvil. Normalmente suelo hacer caso omiso de las llamadas durante mis entrenamientos, pero esta vez lo cogí porque suponía que se trataba de mi amiga Neli Nieto, extriatleta, y albergaba la esperanza de que me dijese algo que me sacase de la apatía que me provocaba el rodar por lugares tan frecuentes para mí. Y no me equivocaba: Neli me invitaba a pasar la tarde en Valero, su pueblo, con salida ciclista incluida por la sierra de Salamanca. Ante una perspectiva tan tentadora, me di media vuelta, pedaleé lo más rápido que pude para regresar a casa (de hecho, me salió la media más alta que he visto jamás entrenando), metí la bici en el coche y emprendí camino hacia las Quilamas.

El río Quilamas
Valero se encuentra en una hondonada a la que se llega tras una bajada de unos seis kilómetros por un puerto de carretera estrechísima. El paisaje impresiona por lo abrupto, con las faldas de las montañas llegando a tal profundidad, que parecen perderse más allá del valle. Pinos, eucaliptos, jaras, saúcos y demás vegetación cubren las laderas. Al llegar al final del puerto, un puente cruza el río Quilamas, fresco y ronroneante. Allí, en la zona de la piscina natural, me esperaban Neli y unos amigos suyos. Esa zona habilitada para la natación no dejó de sorprenderme: yo esperaba encontrarme un vaso de las características habituales, pero lo que había en su lugar eran el mismo cauce del río y unas compuertas que, cuando estuvieran echadas, contendrían el agua embalsándola (al estar fuera de temporada de baño, aún no se había cortado el paso al líquido elemento). Según rezaban unos carteles, la profundidad que llegaba a alcanzarse con este sistema era de dos metros. Estuvimos un rato tomando el sol y charlando en la orilla. Yo iba vestida con coulotte y maillot, así que el influjo del astro rey sirvió para acentuar mi ya marcado "moreno ciclista", tal y como se puede apreciar en la foto:

Cultivando el "moreno ciclista"

El Piélago desde arriba
Después de comer, Neli y yo tomamos nuestras bicis y nos aventuramos por el recorrido que ella considera más sencillo desde Valero: la subida a Sequeros (al mirador en este caso, ya íbamos con relativa prisa y no teníamos tiempo de ir hasta la localidad en sí). Por fácil que pueda ser, en comparación con las demás rutas, no dejaba de comenzar con una subida de casi 2 kilómetros, la cual, con las piernas aún en frío, se hacía dura. Después de terminar esta pequeña escalada, una bajada llena de curvas por un desfiladero llevaba al fondo del valle. En una zona llamada por los lugareños "el Piélago", se veía a gente bañándose. Según me explicó Neli, ése es el lugar en el que se juntan los ríos Quilamas y Alagón. Allí, las rocas adoptan formas caprichosas y llenas de aristas, que parecen mecerse en un dormitar petrificado sobre la corriente.

Bajar no es lo mío, he de reconocerlo. Con todo lo que sufro en las subidas, al menos en ellas voy tranquila, sin miedo de salirme o de derrapar en una curva. En las bajadas, me siento con mucho complejo porque los demás me tienen que esperar. Confío en que el hacerme con una nueva bicicleta, que domine algo mejor que mi actual Macario (un poco grande de talla para mí y con un manillar excesivo para mis manos pequeñas), me ayude a ir soltándome poco a poco.

Vista desde el mirador de Sequeros
Después de esa breve bajada, la carretera empezaba a "picar para arriba". Al principio, el desnivel no era
muy acusado, y me encontraba suelta y hasta sobrada. Más tarde, no obstante, unas cuantas rampas relativamente largas y algo más pendientes me hacían meter el último piñón del que dispongo. Aun así, la subida se hacía muy agradable, tanto por la belleza de lo que contemplaban nuestros ojos como por los aromas penetrantes y variados que exhalaba la vegetación que poblaba las laderas. Llegamos al mirador de Sequeros, hice una foto y nos volvimos por el mismo camino.

Poco antes de llegar a Valero, Neli y yo pusimos en funcionamiento nuevamente la cámara de mi móvil para retratarnos la una a la otra sobre nuestras monturas. He aquí el resultado:

Neli

Miriam

Espero volver pronto a esa zona tan atractiva por los paisajes y por sus puertos. Creo que, cuando las inclemencias meteorológicas no me permitan escaparme a mi Campo Azálvaro, a La Lancha y a La Cruz de Hierro, me va a merecer la pena desplazarme a la sierra salmantina para entrenar. Iré narrando mis futuras experiencias en la zona en próximas entradas de este blog.






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