(Redactado el 11 de mayo de 2014, pero subido un día después por falta de wifi.)
El Belvedere |
El Fiat 500 que he alquilado en Alemania |
Escribo estas líneas
desde el aeropuerto de Frankfurt, donde he de tomar el avión que me devolverá a
España. Salí esta mañana de Weimar en mi cochecito alquilado, no sin haberme
despedido de la ciudad del mejor modo que sé: trotando por su centro histórico
durante 45 minutos. Pasé por delante de la Hofgärtnerei (la hoy llamada
Liszt-Haus, en la que toqué el martes al mediodía), el Fürstenbau de la
Musikhochschule (donde di mis clases jueves y viernes) y otros lugares como la
plaza del Teatro Nacional Alemán o la Schillerstrasse.
La Hofgärtnerei (Liszt-Haus) |
Me he marchado de Weimar
con pena. Esta ciudad, que al principio de mi estancia no me había impresionado
demasiado, me ha ido cautivando con el paso de los días. Para conocerla en
profundidad y apreciarla en toda su magnitud, no debemos contentarnos con
pasear por sus elegantes calles y deleitarnos con determinados edificios (Casa
Romana, palacios Wittum y Belvedere, etc.), sino que tenemos que penetrar en su
inmenso legado cultural, que está presente en sus archivos (el Goethe-und-Schiller
Archiv o la Biblioteca Anna Amalia), en el
interior de edificios como la casa
de Goethe, la de Liszt (me refiero a aquella de la que he hablado más arriba,
ya que el Altenburg no es visitable) o la de Schiller (que ahora no pude
explorar porque estaba cerrada al público por obras), así como en otras
instituciones, entre las que cabe mencionar los diversos museos (Bauhaus,
Palacio, etc.). Si al llegar a Weimar tuve la impresión de que un par de días
iban a bastar para exprimirla, según fui viendo lo que encerraba me convencí de
que podría pasar toda una vida en ella y aún quedarme sin haber conseguido
escudriñar muchos rincones de su legado.
El Fürstenbau de la Musikhochschule |
Llevaba desde la
adolescencia queriendo hacer este viaje. La razón es muy simple: por seguir las
huellas de Liszt. Y en ese sentido, contrariamente a lo que esperaba, en Weimar
no he encontrado el entusiasmo por mi compositor preferido o incluso la explotación
comercial de su figura que esperaba.
Para el visitante medio, la presencia de
este músico es como una sombra, algo que sólo se menciona de tarde en tarde. No
sucede como en Budapest, donde sí que se puede percibir un cierto orgullo colectivo
en el culto que los húngaros le dedican a su compatriota. Me ha dado lástima que no se hable más de
quien contribuyó grandemente a animar una Weimar que estaba en decadencia
cultural y viviendo del pasado cuando él fue a parar a ella. Liszt convirtió en
el siglo XIX a esa pequeña y provinciana localidad en la capital musical del
mundo y en el estandarte de la llamada “música del porvenir”, amada por los
progresistas y odiada por el bando conservador (con centro en Leipzig, una
ciudad que hoy en día se encuentra a apenas una hora en coche. Para más
información sobre estas dos facciones enfrentadas por cuestiones estéticas,
remito al lector al artículo sobre la “Guerra de los Románticos”). ¿Qué queda
de todo aquello? Casi nada. Una Escuela Superior de Música que lleva su nombre
pero, lamento tener que decirlo, no su espíritu. Hablaré en otra publicación de
las razones que me impulsan a emitir este veredicto.
Busto de Liszt |
Si
bien no encontré a Liszt de la manera en que esperaba hacerlo, hallé algo mucho
más interesante: mi propia adolescencia. Según iba introduciéndome en el
ambiente weimariano, podía reconocer muchas de las cosas que constituyeron el
alimento espiritual, emocional e intelectual de aquellos años para mí. Me di
cuenta de ello especialmente el día en que pasé por la casa de Goethe. El
contemplar la primera
edición de su Werther, el posar la mirada sobre la mesa
en que escribió la segunda parte del Fausto, el tropezarme con ejemplares de Las afinidades electivas o con el retrato de la joven Ulrike von Levetzow (cuyo
rechazo le inspiró la Elegía de Marienbad) me hizo ver que estaba no sólo
ante el legado de un grandísimo escritor, sino ante mi propia vida. Había leído
por primera vez (lo releería innumerables veces) el Fausto a los doce años,
inspirada por el afán de conocer la obra literaria que había servido de base a
la sinfonía lisztiana del mismo nombre, por cuya escucha casual me había
quedado irremediablemente prendada de su compositor. Me había aprendido de
memoria, cuando aún no sabía alemán, los versos del Coro Místico del final del
Segundo Fausto:
“Alles Vergängliche
ist nur ein Gleichnis.
Das Unzulängliche,
hier wird's Ereignis.
Das Unbeschreibliche,
hier ist es getan.
Das Ewig-Weibliche
zieht uns hinan.“
Estudio de Goethe |
“Alles Vergängliche
ist nur ein Gleichnis.
Das Unzulängliche,
hier wird's Ereignis.
Das Unbeschreibliche,
hier ist es getan.
Das Ewig-Weibliche
zieht uns hinan.“
Traducción:
“Todo lo que sucede
es un mero símbolo.
Lo incompleto
aquí se completa.
Lo inefable
se hace real.
El Eterno Femenino
tira de nosotros hacia lo alto.”
(Un año más tarde intenté
por vez primera aprender alemán de manera autodidacta, en realidad para poder
comprender el significado de muchos de los textos relacionados con Liszt que me
iba encontrando.)
La Sinfonía Fausto de Liszt en versión de la Orquesta Sinfónica de Boston y Leonard Bernstein. El final contiene el Coro Místico:
La Sinfonía Fausto de Liszt en versión de la Orquesta Sinfónica de Boston y Leonard Bernstein. El final contiene el Coro Místico:
El Werther también fue
objeto de mis atenciones a los doce años. Una frase de esa obra me pareció la
definición perfecta del Romanticismo:
“Ach, was ich weiss, jeder kann wissen. Mein Herz
hab’ich allein.”
Lo cual, traducido muy
libremente, es:
“Lo que yo sé, todos
pueden saberlo. Sólo mi corazón es mío.”
Las afinidades
electivas fue una obra que no leí hasta después de haber comenzado a trabajar
en el COSCYL, pero ya desde esa época quería poder tenerla entre mis manos y
devorarla, aunque hube de esperar varios años para lograrlo.
Santa Isabel (M. von Schwind) |
Además de las referencias
a estas obras y a otras que no mencionaré aquí para no cansar al lector,
también me devolvieron a mi adolescencia y a la entrada en la edad adulta otras
experiencias; entre ellas, la más notable fue la visita que realicé ayer al
Wartburg, el castillo que habitó Santa Isabel de Hungría y que es Patrimonio de
la Humanidad. Es cierto que este lugar no se encuentra el mismo Weimar, sino en
Eisenach (una ciudad que dista aproximadamente 70 kilómetros de donde yo me
encontraba y que es la cuna de otro de mis músicos predilectos, el
inconmensurable Johann Sebastian Bach), pero para mí el Wartburg siempre irá
unido al primer período weimariano de Liszt, ya que fue en esos años cuando él emprendió, basándose en unos frescos de Moritz von Schwind, la
composición de una de sus obras más notables, el oratorio La leyenda de Santa
Isabel (por otro lado, no era infrecuente que Liszt, al igual que Goethe, saliese
de excursión hacia el Wartburg, muchas veces acompañado de sus alumnos). Yo
había descubierto esta música allá por el año 1991, en mi primer viaje a
Hungría. Habré escuchado varios miles de veces los CDs que compré entonces,
recreándome especialmente en escenas como el “Milagro de las rosas” o la
“Tormenta”, que en la imaginación del libretista prende fuego a la techumbre
del castillo como manifestación de la cólera divina hacia la landgravina Sophia
por haber expulsado ésta a su santa nuera. Cuando mi Fiat 500 alquilado
escalaba las curvas de la carretera que sube hasta casi la cima de la montaña, me
imaginaba a Isabel corriendo
entre el bosque con pan y vino en su embozo,
tratando de ocultarse de su marido para que éste no viera que les llevaba esos
alimentos a los enfermos de las aldeas cercanas. En otro recodo del camino,
podía situar a los dos esposos con el rostro transfigurado tras haber
comprobado cómo esas ofrendas se habían transformado en rosas. En los salones
de la fortaleza, oía al landgrave Ludwig comunicándole a su mujer su decisión
de ir a las cruzadas, así como a Sophia proclamándose única señora del Wartburg
y ordenando la inmediata expulsión de la ya viuda Isabel. Por supuesto que esta
última no fue la única habitante ilustre de la edificación, ya que en ella
encontró refugio alguien tan célebre como Martín Lutero, pero he de admitir que
la figura de la princesa húngara siempre me ha resultado mucho más cercana y
querida que la del reformador alemán, cuyo aposento no consiguió despertar en
mí más que un interés puramente intelectual.
Wartburg |
Aquí podemos escuchar el oratorio de Liszt La leyenda de Santa Isabel completo en mi versión preferida:
Aparte de esas visitas
que despertaron mis evocaciones de la adolescencia, también realicé otra, a la que
no por ser más dura le concedo menos importancia. Me refiero a mi paso por un
fragmento de la historia alemana más tenebrosa: el campo de concentración de Buchenwald, creado por los nazis en 1937 y usado por ellos hasta 1945 y por los
soviéticos desde esa fecha hasta 1951. Aunque casi todos los edificios que en
su momento contuvo el complejo y extenso asentamiento habían sido derribados por
estos últimos, lo que se conservaba
destilaba tanta maldad, que era suficiente para, junto con las explicaciones
prolijas de la guía del grupo, dejarnos sin habla a los que allí nos
encontrábamos. Como conozco personalmente a supervivientes del Holocausto y a
sus familiares, no mucho de lo que nos contaron allí me resultó nuevo, pero no
he de negar que contemplar algo tan siniestro como la
mesa-pila de autopsias,
los hornos del crematorio o los ganchos del sótano de éste (utilizados para
estrangular a prisioneros) me produjo una honda impresión. No obstante, lo que
más repugnante me pareció de todo ello no fue en sí misma la crueldad de esos
seres humanos hacia sus semejantes, ya que, por desgracia, hoy en día estamos
demasiado acostumbrados a las noticias sobre crímenes contra la humanidad que
dan los medios de comunicación y las redes sociales. Lo que se me antojó más
crudo fue el dramático contraste entre ese infierno en la Tierra y el paraíso
cultural que se extendía sólo unos pocos kilómetros más abajo, en la vaguada
que ocupa la ciudad de Weimar. La guía nos contó incluso que Hitler sentía
predilección por esa localidad y la visitaba con frecuencia (sin pasar, eso sí,
por Buchenwald, para no manchar la imagen de líder bondadoso que tenía entre
muchos de sus compatriotas). Incluso la misma elección del nombre del campo de
concentración fue hecha teniendo en cuenta que no convenía establecer un
vínculo entre los horrores que encerraba y el pasado idílico del terreno sobre
el que se extendía, ligado al mismísimo Goethe. Viendo lo que sucedió en
Alemania durante el nacionalsocialismo, me pregunto qué pudo pasar en el
interior de tantas y tantas personas cultivadas, amantes del saber y de gustos
artísticos refinados, para que luego cometieran las mayores atrocidades contra
sus semejantes sin sentir siquiera el menor remordimiento.
El crematorio de Buchenwald |
Para no finalizar esta
publicación dejando al lector con el regusto amargo de las reflexiones sobre
Buchenwald, acabaré diciendo que espero volver a Weimar en un futuro no muy
lejano, ya que necesito pasar por lo menos quince días seguidos rebuscando
entre las partituras del legado de Liszt que se hallan en la Biblioteca Anna
Amalia para encontrar ciertos datos que busco para mi tesis doctoral. Regresaré
con ilusión a ese pequeño rinconcito de una de las regiones más ricas de la
historia europea. ¡Hasta pronto, Weimar!
Hola Miriam, lo primero felicitarte por tu excelente blog, me encanta que poco a poco la gente más joven podamos conocerte un poco más gracias a las posibilidades que nos brindan las redes sociales.
ResponderEliminarMe ha llamado la atención la manera en la que nos cuentas la falta de "pasión" hacia la figura de Liszt que has apreciado en tu viaje. Me gustaría contarte que hace 3 años en mi pueblo, Aranjuez, se celebró un homenaje por el décimo aniversario de la muerte del compositor Joaquin Rodrigo al que tristemente no acudieron más de diez personas, y como sentí verguenza cuando la hija del fallecido compositor se dirigió agradecida con nosotros tras depositar unas flores en la tumba de su padre. Parece ser que esa falta de espíritu de la que hablas es cada vez mas cotidiana en nuestras vidas.
Me gustaría si fuera posible que en alguna de tus próximas entradas analizaras el problema que padece España en cuanto a sus enseñanzas artísticas (concretamente la música) y si pudiera ser lo compararas con el resto de Europa. He intentado leer la publicación que hiciste en Agosto de 2010 sobre el tema pero me ha sido imposible encontrarlo.
Mucho ánimo con tu blog y un saludo.
Muchas gracias por tu comentario y por leer mi blog. Prometo tratar el tema que me propones en alguna de las próximas entradas.
ResponderEliminarSaludos.