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lunes, 12 de mayo de 2014

Impresiones de Weimar


(Redactado el 11 de mayo de 2014, pero subido un día después por falta de wifi.)
El Belvedere

El Fiat 500 que he alquilado en Alemania
Escribo estas líneas desde el aeropuerto de Frankfurt, donde he de tomar el avión que me devolverá a España. Salí esta mañana de Weimar en mi cochecito alquilado, no sin haberme despedido de la ciudad del mejor modo que sé: trotando por su centro histórico durante 45 minutos. Pasé por delante de la Hofgärtnerei (la hoy llamada Liszt-Haus, en la que toqué el martes al mediodía), el Fürstenbau de la Musikhochschule (donde di mis clases jueves y viernes) y otros lugares como la plaza del Teatro Nacional Alemán o la Schillerstrasse.


La Hofgärtnerei (Liszt-Haus)
Me he marchado de Weimar con pena. Esta ciudad, que al principio de mi estancia no me había impresionado demasiado, me ha ido cautivando con el paso de los días. Para conocerla en profundidad y apreciarla en toda su magnitud, no debemos contentarnos con pasear por sus elegantes calles y deleitarnos con determinados edificios (Casa Romana, palacios Wittum y Belvedere, etc.), sino que tenemos que penetrar en su inmenso legado cultural, que está presente en sus archivos (el Goethe-und-Schiller Archiv o la Biblioteca Anna Amalia), en el
El Fürstenbau de la Musikhochschule
interior de edificios como la casa de Goethe, la de Liszt (me refiero a aquella de la que he hablado más arriba, ya que el Altenburg no es visitable) o la de Schiller (que ahora no pude explorar porque estaba cerrada al público por obras), así como en otras instituciones, entre las que cabe mencionar los diversos museos (Bauhaus, Palacio, etc.). Si al llegar a Weimar tuve la impresión de que un par de días iban a bastar para exprimirla, según fui viendo lo que encerraba me convencí de que podría pasar toda una vida en ella y aún quedarme sin haber conseguido escudriñar muchos rincones de su legado. 

Llevaba desde la adolescencia queriendo hacer este viaje. La razón es muy simple: por seguir las huellas de Liszt. Y en ese sentido, contrariamente a lo que esperaba, en Weimar no he encontrado el entusiasmo por mi compositor preferido o incluso la explotación comercial de su figura que esperaba.
Busto de Liszt
Para el visitante medio, la presencia de este músico es como una sombra, algo que sólo se menciona de tarde en tarde. No sucede como en Budapest, donde sí que se puede percibir un cierto orgullo colectivo en el culto que los húngaros le dedican a su compatriota.  Me ha dado lástima que no se hable más de quien contribuyó grandemente a animar una Weimar que estaba en decadencia cultural y viviendo del pasado cuando él fue a parar a ella. Liszt convirtió en el siglo XIX a esa pequeña y provinciana localidad en la capital musical del mundo y en el estandarte de la llamada “música del porvenir”, amada por los progresistas y odiada por el bando conservador (con centro en Leipzig, una ciudad que hoy en día se encuentra a apenas una hora en coche. Para más información sobre estas dos facciones enfrentadas por cuestiones estéticas, remito al lector al artículo sobre la “Guerra de los Románticos”). ¿Qué queda de todo aquello? Casi nada. Una Escuela Superior de Música que lleva su nombre pero, lamento tener que decirlo, no su espíritu. Hablaré en otra publicación de las razones que me impulsan a emitir este veredicto.

Si bien no encontré a Liszt de la manera en que esperaba hacerlo, hallé algo mucho más interesante: mi propia adolescencia. Según iba introduciéndome en el ambiente weimariano, podía reconocer muchas de las cosas que constituyeron el alimento espiritual, emocional e intelectual de aquellos años para mí. Me di cuenta de ello especialmente el día en que pasé por la casa de Goethe. El contemplar la primera
Estudio de Goethe
edición de su Werther, el posar la mirada sobre la mesa en que escribió la segunda parte del Fausto, el tropezarme con ejemplares de Las afinidades electivas o con el retrato de la joven Ulrike von Levetzow (cuyo rechazo le inspiró la Elegía de Marienbad) me hizo ver que estaba no sólo ante el legado de un grandísimo escritor, sino ante mi propia vida. Había leído por primera vez (lo releería innumerables veces) el Fausto a los doce años, inspirada por el afán de conocer la obra literaria que había servido de base a la sinfonía lisztiana del mismo nombre, por cuya escucha casual me había quedado irremediablemente prendada de su compositor. Me había aprendido de memoria, cuando aún no sabía alemán, los versos del Coro Místico del final del Segundo Fausto:


“Alles Vergängliche

ist nur ein Gleichnis.
Das Unzulängliche,
hier wird's Ereignis.
Das Unbeschreibliche,
hier ist es getan.
Das Ewig-Weibliche
zieht uns hinan.

Traducción:

“Todo lo que sucede
es un mero símbolo.
Lo incompleto
aquí se completa.
Lo inefable
se hace real.
El Eterno Femenino
tira de nosotros hacia lo alto.”

(Un año más tarde intenté por vez primera aprender alemán de manera autodidacta, en realidad para poder comprender el significado de muchos de los textos relacionados con Liszt que me iba encontrando.)

 La Sinfonía Fausto de Liszt en versión de la Orquesta Sinfónica de Boston y Leonard Bernstein. El final contiene el Coro Místico: 
 

El Werther también fue objeto de mis atenciones a los doce años. Una frase de esa obra me pareció la definición perfecta del Romanticismo: 

“Ach, was ich weiss, jeder kann wissen. Mein Herz hab’ich allein.”

Lo cual, traducido muy libremente, es:

“Lo que yo sé, todos pueden saberlo. Sólo mi corazón es mío.”

Las afinidades electivas fue una obra que no leí hasta después de haber comenzado a trabajar en el COSCYL, pero ya desde esa época quería poder tenerla entre mis manos y devorarla, aunque hube de esperar varios años para lograrlo.

Santa Isabel (M. von Schwind)
Además de las referencias a estas obras y a otras que no mencionaré aquí para no cansar al lector, también me devolvieron a mi adolescencia y a la entrada en la edad adulta otras experiencias; entre ellas, la más notable fue la visita que realicé ayer al Wartburg, el castillo que habitó Santa Isabel de Hungría y que es Patrimonio de la Humanidad. Es cierto que este lugar no se encuentra el mismo Weimar, sino en Eisenach (una ciudad que dista aproximadamente 70 kilómetros de donde yo me encontraba y que es la cuna de otro de mis músicos predilectos, el inconmensurable Johann Sebastian Bach), pero para mí el Wartburg siempre irá unido al primer período weimariano de Liszt, ya que  fue en esos años cuando él emprendió, basándose en unos frescos de Moritz von Schwind, la composición de una de sus obras más notables, el oratorio La leyenda de Santa Isabel (por otro lado, no era infrecuente que Liszt, al igual que Goethe, saliese de excursión hacia el Wartburg, muchas veces acompañado de sus alumnos). Yo había descubierto esta música allá por el año 1991, en mi primer viaje a Hungría. Habré escuchado varios miles de veces los CDs que compré entonces, recreándome especialmente en escenas como el “Milagro de las rosas” o la “Tormenta”, que en la imaginación del libretista prende fuego a la techumbre del castillo como manifestación de la cólera divina hacia la landgravina Sophia por haber expulsado ésta a su santa nuera. Cuando mi Fiat 500 alquilado escalaba las curvas de la carretera que sube hasta casi la cima de la montaña, me imaginaba a Isabel corriendo
Wartburg
entre el bosque con pan y vino en su embozo, tratando de ocultarse de su marido para que éste no viera que les llevaba esos alimentos a los enfermos de las aldeas cercanas. En otro recodo del camino, podía situar a los dos esposos con el rostro transfigurado tras haber comprobado cómo esas ofrendas se habían transformado en rosas. En los salones de la fortaleza, oía al landgrave Ludwig comunicándole a su mujer su decisión de ir a las cruzadas, así como a Sophia proclamándose única señora del Wartburg y ordenando la inmediata expulsión de la ya viuda Isabel. Por supuesto que esta última no fue la única habitante ilustre de la edificación, ya que en ella encontró refugio alguien tan célebre como Martín Lutero, pero he de admitir que la figura de la princesa húngara siempre me ha resultado mucho más cercana y querida que la del reformador alemán, cuyo aposento no consiguió despertar en mí más que un interés puramente intelectual. 

Aquí podemos escuchar el oratorio de Liszt La leyenda de Santa Isabel completo en mi versión preferida:



Aparte de esas visitas que despertaron mis evocaciones de la adolescencia, también realicé otra, a la que no por ser más dura le concedo menos importancia. Me refiero a mi paso por un fragmento de la historia alemana más tenebrosa: el campo de concentración de Buchenwald, creado por los nazis en 1937 y usado por ellos hasta 1945 y por los soviéticos desde esa fecha hasta 1951. Aunque casi todos los edificios que en su momento contuvo el complejo y extenso asentamiento habían sido derribados por estos últimos,  lo que se conservaba destilaba tanta maldad, que era suficiente para, junto con las explicaciones prolijas de la guía del grupo, dejarnos sin habla a los que allí nos encontrábamos. Como conozco personalmente a supervivientes del Holocausto y a sus familiares, no mucho de lo que nos contaron allí me resultó nuevo, pero no he de negar que contemplar algo tan siniestro como la
El crematorio de Buchenwald
mesa-pila de autopsias, los hornos del crematorio o los ganchos del sótano de éste (utilizados para estrangular a prisioneros) me produjo una honda impresión. No obstante, lo que más repugnante me pareció de todo ello no fue en sí misma la crueldad de esos seres humanos hacia sus semejantes, ya que, por desgracia, hoy en día estamos demasiado acostumbrados a las noticias sobre crímenes contra la humanidad que dan los medios de comunicación y las redes sociales. Lo que se me antojó más crudo fue el dramático contraste entre ese infierno en la Tierra y el paraíso cultural que se extendía sólo unos pocos kilómetros más abajo, en la vaguada que ocupa la ciudad de Weimar. La guía nos contó incluso que Hitler sentía predilección por esa localidad y la visitaba con frecuencia (sin pasar, eso sí, por Buchenwald, para no manchar la imagen de líder bondadoso que tenía entre muchos de sus compatriotas). Incluso la misma elección del nombre del campo de concentración fue hecha teniendo en cuenta que no convenía establecer un vínculo entre los horrores que encerraba y el pasado idílico del terreno sobre el que se extendía, ligado al mismísimo Goethe. Viendo lo que sucedió en Alemania durante el nacionalsocialismo, me pregunto qué pudo pasar en el interior de tantas y tantas personas cultivadas, amantes del saber y de gustos artísticos refinados, para que luego cometieran las mayores atrocidades contra sus semejantes sin sentir siquiera el menor remordimiento. 

Para no finalizar esta publicación dejando al lector con el regusto amargo de las reflexiones sobre Buchenwald, acabaré diciendo que espero volver a Weimar en un futuro no muy lejano, ya que necesito pasar por lo menos quince días seguidos rebuscando entre las partituras del legado de Liszt que se hallan en la Biblioteca Anna Amalia para encontrar ciertos datos que busco para mi tesis doctoral. Regresaré con ilusión a ese pequeño rinconcito de una de las regiones más ricas de la historia europea. ¡Hasta pronto, Weimar!

 
El palacio de Weimar


2 comentarios:

  1. Hola Miriam, lo primero felicitarte por tu excelente blog, me encanta que poco a poco la gente más joven podamos conocerte un poco más gracias a las posibilidades que nos brindan las redes sociales.
    Me ha llamado la atención la manera en la que nos cuentas la falta de "pasión" hacia la figura de Liszt que has apreciado en tu viaje. Me gustaría contarte que hace 3 años en mi pueblo, Aranjuez, se celebró un homenaje por el décimo aniversario de la muerte del compositor Joaquin Rodrigo al que tristemente no acudieron más de diez personas, y como sentí verguenza cuando la hija del fallecido compositor se dirigió agradecida con nosotros tras depositar unas flores en la tumba de su padre. Parece ser que esa falta de espíritu de la que hablas es cada vez mas cotidiana en nuestras vidas.
    Me gustaría si fuera posible que en alguna de tus próximas entradas analizaras el problema que padece España en cuanto a sus enseñanzas artísticas (concretamente la música) y si pudiera ser lo compararas con el resto de Europa. He intentado leer la publicación que hiciste en Agosto de 2010 sobre el tema pero me ha sido imposible encontrarlo.
    Mucho ánimo con tu blog y un saludo.

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  2. Muchas gracias por tu comentario y por leer mi blog. Prometo tratar el tema que me propones en alguna de las próximas entradas.

    Saludos.

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